domingo, 25 de febrero de 2007

El calentamiento nos altera

Poder tomar el sol en la playa de San Lorenzo (Asturias) en pleno noviembre; perder el viaje a las pistas de Sierra Nevada (Granada) porque en diciembre no hay suficiente nieve para esquiar; disfrutar de un perfecto día de primavera a comienzos de enero en las montañas de Mecsek (Hungría); o prescindir de bufandas y guantes la noche de fin de año en la Puerta del Sol (Madrid)...Son sólo algunos de los efectos del cambio climático a los que nos estamos acostumbrando. Pero, ¿qué secuelas deja el calentamiento del planeta en el equilibrio orgánico y psicológico de sus habitantes?

Elena Borges Velázquez, psicóloga clínica y educativa, lo tiene claro "el ser humano forma parte del ecosistema, por lo que es totalmente normal que el calor extremo, el frío intenso, la humedad, la contaminación, etcétera, influyan directamente en su comportamiento". Habría que hablar entonces de "fenómenos metereotrópicos" que son aquellos valores atmosféricos que repercuten en el equilibrio orgánico y psicológico del ciudadano de a pié.

Elena Borges explica que, lógicamente, los cambios más notables se observan cuando la persona está sometida a temperaturas extremas. "Las denominadas olas de calor ocasionan estados de mal humor generalizado, respuestas más impulsivas, ansiedad e irritabilidad". "También -prosigue- existe mayor dificultad para conciliar el sueño, lo que repercute directamente en una disminución de los niveles de atención y, consecuentemente, en el rendimiento al día siguiente".

Ahora bien, todos estos síntomas se agravan más o menos en función de la sensibilidad, vulnerabilidad o capacidad de actuación de la persona. Por ejemplo, ante el exceso de calor "la persona con un temperamento hipertímico se vuelve más irritable e invasiva". Según esta especialista, el "equilibrio homeostático" -temperatura idónea para la persona- oscila entre los 20 y 25 grados centígrados, "por encima de los 35 grados el organismo se resiente considerablemente".

Borges reserva un apartado especial para la influencia de las temperaturas extremas en el caso de la existencia de enfermedades mentales. Al respecto, la psicóloga explica que los cambios climáticos potencian ciertos comportamientos patológicos. Es lo que se llama Trastorno Afectivo Emocional (TAE), que afecta de manera notable a las personas con trastorno bipolar, máxime teniendo en cuenta que "durante la primavera y el verano suele acentuarse el estado de euforia, mientras que en otoño e invierno el depresivo”.

En resumen, los cambios climáticos conllevan una “inestabilidad emocional” de la que el ser humano, como parte del ecosistema, no queda al margen.

Otro punto de vista es el que aporta Juan Antonio Saavedra Quesada, psicólogo y presidente en España de la Fundación Internacional de Ecología Humana, quien sostiene que "la cuestión de la influencia del clima tiene que ver, sobre todo, con el espacio vertical", es decir, con los valores, motivaciones, creencias, emociones,... contenidos en nuestra mente individual. "Lo que hace que uno se sienta bien o mal en función del clima -explica Saavedra-, no es que la temperatura esté bajo cero o sea la adecuada para pasar el día en la playa, sino lo que cada uno piensa de ese dato externo del territorio o lugar donde vive".

Saavedra va más allá y sostiene que “las personas más dependientes van a sufrir mucho más cualquier variación de clima que no coincida con sus expectativas o sus preferencias”. Así, la persona con un bajo nivel de autonomía siente que su tono emocional sube o baja sin control en función de los cambios climáticos que se producen en cada momento, mientras que las personas con cierta autonomía, no sólo no se sienten afectadas en su estado de ánimo sino que saben disfrutar en cada momento de las circunstancias de su entorno.

En este sentido, Juan Antonio Saavedra destaca que tanto la psicología como la Ecología Humana tienen muchas herramientas educativas para lograr dos metas "muy saludables y prioritarias": por un lado, cuidar más nuestro entorno material por lo que afecta tanto a nuestra calidad de vida individual como colectiva, y por otro, ayudarnos a tener una mente menos dependiente y que sea capaz de aceptar, sin depresiones ni ansiedades, las circunstancias de nuestro entorno que no dependen de nosotros o no podemos cambiar. Sólo de este modo podremos "asumir mejor la parte de responsabilidad que nos corresponde con los efectos que podemos producir en nuestro territorio material y lograr un planeta más cuidado y al servicio de la calidad de vida de todos los seres vivos que lo habitamos".



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